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Señoras u señores, transexuales y carnívoros, el gran partido ha llegado, y se juega a las 12.00, no a las 22.00.
El martes, cuando retiraba mi descapotable del parking de la mezquita, sufrí una revelación. Alá es grande. Me ha encomendado la tarea de acabar con los poetas. Pequeños ilustrados que erosionan el mensaje divino. Como entre nosotros no se encuentra ningún maestro, les consideraré infieles. Una vez dicho esto, y desde una perspectiva positiva del mal, diré que todo mal refiere a un bien mayor. A veces hay que sacrificar las partes en aras del progreso colectivo. Por eso y sólo por eso, esto se ha convertido en una guerra santa, y debo actuar con la precisión quirúrgica requerida. En mi objetivo, se me encomendó como primera misión acabar con los poetas obvios. Obviamente, las razones son múltiples, pero de eso ya debatirán los intelectuales de este país en su entierro metafórico, es decir, en esa biblia antológica del inmovilismo y la reflexión plana (que es su poesía) que publicarán más pronto que tarde. Quizás el domingo, tras su debacle monumental.
Tampoco me fio del poeta elíptico, es un hombre encerrado en su propio delirio de grandeza. Es un espacio idóneo para que se infiltren los conversos. Pero como ustedes comprenderán, entre Mallarmé y Benedetti (el gran gurú obvio), pues miren ustedes, me quedo con el primero (a expensas de que sigue siendo un ilustrado). Como nadie piensa recordar a Ibn Arabi, voy a tomarme este partido como algo personal. Ya lo dije, es un mandato divino. El poeta obvio es el artífice de una poesía deleznable en la forma e insólita en su oscuridad (fondo de armario). Ni un solo halo de luz. Ajena al espíritu y arrebatada en la cotidianidad más estéril. Todo lo que no se puede interpretar es vacío. Es intolerable, y para eso están los mulás, los imanes y la Sharia.
Alá es grande.
No hagan planes para después del partido. Despídanse de sus parejas. Abandonen sus blogs. Olviden sus recitales. Cancelen sus agendas. Háganse socios de sanitas para evitar colapsar los hospitales públicos. Sean solidarios, estamos en crisis. Pero sobre todo, estamos en guerra.
“Sabed que quien cambia la fe por la incredulidad, deja lo bello en medio del camino” El Corán
El martes, cuando retiraba mi descapotable del parking de la mezquita, sufrí una revelación. Alá es grande. Me ha encomendado la tarea de acabar con los poetas. Pequeños ilustrados que erosionan el mensaje divino. Como entre nosotros no se encuentra ningún maestro, les consideraré infieles. Una vez dicho esto, y desde una perspectiva positiva del mal, diré que todo mal refiere a un bien mayor. A veces hay que sacrificar las partes en aras del progreso colectivo. Por eso y sólo por eso, esto se ha convertido en una guerra santa, y debo actuar con la precisión quirúrgica requerida. En mi objetivo, se me encomendó como primera misión acabar con los poetas obvios. Obviamente, las razones son múltiples, pero de eso ya debatirán los intelectuales de este país en su entierro metafórico, es decir, en esa biblia antológica del inmovilismo y la reflexión plana (que es su poesía) que publicarán más pronto que tarde. Quizás el domingo, tras su debacle monumental.
Tampoco me fio del poeta elíptico, es un hombre encerrado en su propio delirio de grandeza. Es un espacio idóneo para que se infiltren los conversos. Pero como ustedes comprenderán, entre Mallarmé y Benedetti (el gran gurú obvio), pues miren ustedes, me quedo con el primero (a expensas de que sigue siendo un ilustrado). Como nadie piensa recordar a Ibn Arabi, voy a tomarme este partido como algo personal. Ya lo dije, es un mandato divino. El poeta obvio es el artífice de una poesía deleznable en la forma e insólita en su oscuridad (fondo de armario). Ni un solo halo de luz. Ajena al espíritu y arrebatada en la cotidianidad más estéril. Todo lo que no se puede interpretar es vacío. Es intolerable, y para eso están los mulás, los imanes y la Sharia.
Alá es grande.
No hagan planes para después del partido. Despídanse de sus parejas. Abandonen sus blogs. Olviden sus recitales. Cancelen sus agendas. Háganse socios de sanitas para evitar colapsar los hospitales públicos. Sean solidarios, estamos en crisis. Pero sobre todo, estamos en guerra.
“Sabed que quien cambia la fe por la incredulidad, deja lo bello en medio del camino” El Corán
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Muy bueno el texto, hasta los obvios tienen que reconocerlo.
ResponderEliminarAbrazos, Arturo!
Gio.
una lagrimita impía de desliza por mi mejilla.
ResponderEliminar(no lo quiera saber el cancerbero)
incluso alá tiene compasión.