jueves, 8 de abril de 2010

El mediocampista elíptico PEDRO MORILLAS pide paz

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Todavía no me explico cómo se puede ser obvio; incluso para jugar al fútbol. Estos poetas menores y blancos no entienden que hasta los equipos en el deporte rey son endecasílabos y que hay ciertas reglas. Si ganaron la última vez fue de casualidad como casualidad es también que les salga un buen poema.

Para ganarles, oh hermanos elípticos, vosotros que bien sabéis de la necesidad de la hipocicloide para arribar a las metas, no tenemos más que contarles anécdotas sencillas que ellos simplificarán aún más con sus balones para el poema. En cuanto se acerquen a la portería, gritad la primera memez que se os ocurra: ¡Mirad, esa nube se parece a una chuchería..!, ¡El patio de mi casa es particular...!, ¡El mar es una Heineken, bebamos todos de él...!

Encontrarán en tales simplezas tal inspiración que los veremos salir rápidamente del campo para anotarlas y, dos días más tarde, habrán publicado un gran poemario-posavasos sin acordarse del partido a medio terminar.

Y, aún así, todavía no me explico cómo se pude ser elíptico, incluso para jugar al fútbol. Estos poetas mayores y negros no entienden que es, en la anarquía de una jugada no hecha a propósito, en la suerte, donde se haya el verdadero mérito de toda labor. Si perdieron la última vez fue porque, al no ser permisiva la improvisación, casi sentían prohibido alcanzar la satisfacción de ganar pues antes hubieran preferido sentarse junto al balón a dos milímetros de la goleada para escribir jupiterinamente sobre lo hermoso que debería ser permitirse tal actuación.

Para ganarles, oh colegas obvios, vosotros que bien sabéis que la base de un enchufe es digna de las palabras, no tenéis que hacer absolutamente nada. La gran derrota para ellos sería ganaros. Abandonad repentinamente el campo, eso sí, a una hora programada. Los veréis preguntarse por qué habrán merecido eso, qué sentido tendrá, vendrán con más refuerzos, será una táctica nueva... y finalmente empobrecidos del desconocimiento llenarán de erizos de mar el césped hasta acribillarse los poemas entre las lindes de su propia desorientación. Y sentirán que habrán ganado sólo cuando, imaginándoos entre la invisibilidad, se metan los propios goles en sus puertas.

Parece mentira que a estas alturas nadie se haya dado cuenta de que la última vez ganamos todos.
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