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Cuando Alberto Yago marcó el cuarto gol de su cuenta y el octavo de su equipo, aquél que sentenciaba el partido en favor de los poetas obvios, hasta la araña que moraba en la escuadra de la portería elíptica se frotó los ojos: sólo media hora antes, el equipo obvio brujuleaba por el campo víctima de sus maneras silvestres, su baja condición física y su repertorio técnico inexistente. Eran los momentos donde los poetas elípticos se enseñoreaban de la cancha merced a su buen criterio en el pase y a la exhibición de un caudal amplio de destrezas, con un Juanse Chacón habilidoso y preciosista en el regate, un Álvaro Guijarro con clase y visión de juego, un Federico Ocaña cuyas incursiones por la banda causaban estragos, y una Silvi Orión que parecía hallarse en todas partes. Qué pasó, de qué forma lo imposible se tornó posible, quién puso el cencerro al cisne, canta, oh musa, etc, etc.
Sábado. Doce del mediodía. 10 de octubre de 2009. Diecisiete poetas obvios se reúnen en el Polideportivo La Elipa para enfrentarse en un campo de fútbol a los poetas elípticos, que han acudido en número de dieciséis. Hartos de lo vagaroso y resbaladizo de los territorios poéticos, donde cualquier opinión es defendible y justificable, han decidido resolver sus diferencias por la vía demostrativa. El tiempo es bueno y el público está ansioso. Empiezan.
Superioridad elíptica en la primera parte
Nada más rodar la pelota se vio claramente la existencia de dos estilos completamente diferenciados. Por un lado los poetas elípticos, inteligentes en varios idiomas, educados en los mejores colegios privados y poseedores de grandes bibliotecas familiares, comenzaron a practicar un fútbol de pases cortos y apoyos constantes, donde se jugaba a ras de césped y se trataba con dignidad a la pelota. Al otro lado los poetas obvios, educados en los peores colegios públicos del extrarradio, que no leen mucho para cuidarse la vista y piensan que sinalefa es el nombre de alguna isla del Pacífico, plantearon un fútbol caótico y arbitrario, donde cada uno de sus integrantes corría hacia cualquier parte y se quitaba el balón de encima como podía.
Con estos mimbres, el primer tiempo fue de dominio abrumador del bando elíptico, que comenzó a crear ocasiones con frecuencia. Pudieron sentenciar el partido, pero no lo hicieron porque algunos de sus jugadores se demoraron en el virtuosismo o en el regate de más, y, sobre todo, por la actuación providencial del guardameta obvio Gsús Bonilla. El poeta extremeño asombró a la concurrencia con sus movimientos felinos y sus salidas a bocajarro; se debe a sus paradas que los poetas sencillitos mantuvieran las opciones de triunfo durante el primer tiempo.
Cambio radical tras el descanso
Con el descanso terminó el martirio de los obvios y comenzó a fraguarse la tragedia de los elípticos. Desbordados por la juventud y la superioridad técnica del cuarteto de chavales elípticos Aldeguer-Orión-Guijarro-Ocaña, que dominaba ampliamente el juego, los poetas simplones decidieron evitar las operaciones en el centro del campo y plantearon un dibujo táctico que no se utilizaba en el fútbol desde los tiempos del homo erectus. Batania y Natalia Manzano formaron en defensa, Verónica Gil se situó como única centrocampista pura y los demás jugadores obvios se lanzaron al ataque. La consigna era simple y sin cola: balonazo al tuntún hacia el área contraria para que allí, a la pura anarquía, llegara la casualidad de los goles.
Fue el comienzo del fin. El partido se endureció, la batalla terrestre se convirtió en batalla aérea, los obvios tocaron a botasilla y los elípticos demostraron que no están hechos para el contacto físico. Tras unos primeros quince minutos de reconocimiento, donde se pudo observar que las fuerzas se habían igualado, sobrevino la debacle: en sólo veinte minutos, los que van del sesenta al ochenta, los obvios lograron un parcial de 5-0 y el marcador pasó de un 3-4 a favor de los elípticos a un 8-4 que finiquitaba el encuentro.
Fueron los momentos de gloria obvia, donde Marcus Versus, inmenso todo el choque, se hartó a robar balones, y donde todos los rechaces llegaban a las botas de Voltios, Gonzalo, Accionista Minoritario, Gallego, Das, Algeet, Cruz y Belinchón, que los servían para que Alberto Yago, el killer de los sobrentendidos, los enviara a la red. Pudieron marcar más goles y, si no los marcaron, fue porque en la portería elíptica jugaba Arturo Martínez, que fue el mejor de los suyos durante la segunda parte.
En esos veinte minutos afloraron los principales defectos de los poetas elípticos. En primer lugar, una defensa de mantequilla, miraquelinda, impropia de una cita de tal relevancia. En segundo lugar, y esto es lo más grave, un egoísmo y una falta de solidaridad entre sus integrantes desoladora. Fueron varios los contraataques que los poetas laberinto afrontaron con superioridad, pero todos se malograron por exceso de individualismo. Egoístas compulsivos, vanidosos hasta la extenuación, como Macbeths a quienes las brujas se les hubieran aparecido en sueños para decirles “tú serás rey”, algunos elípticos quisieron ganar el partido ellos solos. Mientras los obvios cambiaron sobre la marcha y se unieron para ocultar sus defectos, los elípticos no quisieron compartir sus virtudes y fueron aniquilados por una propuesta futbolística primaria. No accedieron a compartir la gloria con sus propios compañeros y ahora no pueden ir a los bares para no ser motivo de la rechifla general.
Tal es la conclusión que se extrae de un encuentro que celebrará su segundo asalto en el mes de noviembre: el fútbol analfabeto y solidario de los obvios pasó por encima del fútbol técnico e individualista de los elípticos. Los poetas obvios fueron un equipo; los poetas elípticos sólo tuvieron jugadores.
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Sábado. Doce del mediodía. 10 de octubre de 2009. Diecisiete poetas obvios se reúnen en el Polideportivo La Elipa para enfrentarse en un campo de fútbol a los poetas elípticos, que han acudido en número de dieciséis. Hartos de lo vagaroso y resbaladizo de los territorios poéticos, donde cualquier opinión es defendible y justificable, han decidido resolver sus diferencias por la vía demostrativa. El tiempo es bueno y el público está ansioso. Empiezan.
Superioridad elíptica en la primera parte
Nada más rodar la pelota se vio claramente la existencia de dos estilos completamente diferenciados. Por un lado los poetas elípticos, inteligentes en varios idiomas, educados en los mejores colegios privados y poseedores de grandes bibliotecas familiares, comenzaron a practicar un fútbol de pases cortos y apoyos constantes, donde se jugaba a ras de césped y se trataba con dignidad a la pelota. Al otro lado los poetas obvios, educados en los peores colegios públicos del extrarradio, que no leen mucho para cuidarse la vista y piensan que sinalefa es el nombre de alguna isla del Pacífico, plantearon un fútbol caótico y arbitrario, donde cada uno de sus integrantes corría hacia cualquier parte y se quitaba el balón de encima como podía.
Con estos mimbres, el primer tiempo fue de dominio abrumador del bando elíptico, que comenzó a crear ocasiones con frecuencia. Pudieron sentenciar el partido, pero no lo hicieron porque algunos de sus jugadores se demoraron en el virtuosismo o en el regate de más, y, sobre todo, por la actuación providencial del guardameta obvio Gsús Bonilla. El poeta extremeño asombró a la concurrencia con sus movimientos felinos y sus salidas a bocajarro; se debe a sus paradas que los poetas sencillitos mantuvieran las opciones de triunfo durante el primer tiempo.
Cambio radical tras el descanso
Con el descanso terminó el martirio de los obvios y comenzó a fraguarse la tragedia de los elípticos. Desbordados por la juventud y la superioridad técnica del cuarteto de chavales elípticos Aldeguer-Orión-Guijarro-Ocaña, que dominaba ampliamente el juego, los poetas simplones decidieron evitar las operaciones en el centro del campo y plantearon un dibujo táctico que no se utilizaba en el fútbol desde los tiempos del homo erectus. Batania y Natalia Manzano formaron en defensa, Verónica Gil se situó como única centrocampista pura y los demás jugadores obvios se lanzaron al ataque. La consigna era simple y sin cola: balonazo al tuntún hacia el área contraria para que allí, a la pura anarquía, llegara la casualidad de los goles.
Fue el comienzo del fin. El partido se endureció, la batalla terrestre se convirtió en batalla aérea, los obvios tocaron a botasilla y los elípticos demostraron que no están hechos para el contacto físico. Tras unos primeros quince minutos de reconocimiento, donde se pudo observar que las fuerzas se habían igualado, sobrevino la debacle: en sólo veinte minutos, los que van del sesenta al ochenta, los obvios lograron un parcial de 5-0 y el marcador pasó de un 3-4 a favor de los elípticos a un 8-4 que finiquitaba el encuentro.
Fueron los momentos de gloria obvia, donde Marcus Versus, inmenso todo el choque, se hartó a robar balones, y donde todos los rechaces llegaban a las botas de Voltios, Gonzalo, Accionista Minoritario, Gallego, Das, Algeet, Cruz y Belinchón, que los servían para que Alberto Yago, el killer de los sobrentendidos, los enviara a la red. Pudieron marcar más goles y, si no los marcaron, fue porque en la portería elíptica jugaba Arturo Martínez, que fue el mejor de los suyos durante la segunda parte.
En esos veinte minutos afloraron los principales defectos de los poetas elípticos. En primer lugar, una defensa de mantequilla, miraquelinda, impropia de una cita de tal relevancia. En segundo lugar, y esto es lo más grave, un egoísmo y una falta de solidaridad entre sus integrantes desoladora. Fueron varios los contraataques que los poetas laberinto afrontaron con superioridad, pero todos se malograron por exceso de individualismo. Egoístas compulsivos, vanidosos hasta la extenuación, como Macbeths a quienes las brujas se les hubieran aparecido en sueños para decirles “tú serás rey”, algunos elípticos quisieron ganar el partido ellos solos. Mientras los obvios cambiaron sobre la marcha y se unieron para ocultar sus defectos, los elípticos no quisieron compartir sus virtudes y fueron aniquilados por una propuesta futbolística primaria. No accedieron a compartir la gloria con sus propios compañeros y ahora no pueden ir a los bares para no ser motivo de la rechifla general.
Tal es la conclusión que se extrae de un encuentro que celebrará su segundo asalto en el mes de noviembre: el fútbol analfabeto y solidario de los obvios pasó por encima del fútbol técnico e individualista de los elípticos. Los poetas obvios fueron un equipo; los poetas elípticos sólo tuvieron jugadores.
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Amén.
ResponderEliminarGracias.
Por todo. Para todos.
Siberia.
Es una crónica arbitraria e imparcial... que hayan ganado el partido no quiere decir que sean los mejores.
ResponderEliminarLa revancha ya!!
Ostia Batania qué crónica más buena.
ResponderEliminarUn abrazo.
otro abrazo
ResponderEliminarPor cierto... salimos en el diario "El Mundo" de hoy lunes 12 de octubre, en el suplemento M2 en la página 9... Gran artículo de Rebeca.
ResponderEliminarGracias Rebeca!!
Abrazos!!
Gio.
La crónica es cierta en parte. Solo en futbol ganan los obvios. En poesía pierden por goleada. Pero la verdad es que una derrota en un partido de futbol duele más. Revancha ya.
ResponderEliminarMuy buena la crónica batania, perfecta, no podría contarse mejor, que bien lo pasamos, estuvo genial, cuanta gente maja reunida.
ResponderEliminarabrazos. voltios.
alaaaaa!!! pedazo de crónica, muy bueno Batania! Lo mejor de todo, como ya se ha dicho, fue el encuentro en sí y no el resultado. No hubo poesía pero sí muchos poetas que nos lo pasamos de lujo. Espero que se repita pronto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Un error terrible: quise decir arbitraria y parcial, con respecto a la crónica.
ResponderEliminarAbrazos.
Gio.