jueves, 8 de octubre de 2009

LOS JUGADORES (20): Mi nombre, un poema del interior derecho elíptico ÁLVARO GUIJARRO

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La experiencia apresa

cuando los genitales sangran entre la paja de un rincón de Knysna y yo estoy allí y callo con mi cuerpo válido y no hay bocas con voz capaces de acabar el rito

cuando son 6000 los metros que distancian a Elena de las aulas en Campinas y los anda y son 15 sus años y ya es madre y Matagalpa se hace río con la lluvia y nadie juega con el agua porque quema

cuando despierto con el Maunaloa entre las piernas y hay ceniza y grava y piso las nubes y son blancas como la sal desprovista de cortes que arder porque el único corte es el del volcán

cuando Ipanema despierta con las más dulces naranjas y las fresas y las papayas que bebo como bebo la selva sin copa llenando de húmedos helechos mis pulmones y mis brechas

cuando me avisa Colombo arbolando con sus familias las aceras que cruzan los autos que rozan
los niños que juegan desnudos que viven en la noche a tientas

cuando hay lombrices en el musgo que escolta a la lápida de William J. Flinch "padre, trabajador, padre y padre" y se cubre el cielo del cementerio más olvidado de Cork esperando Dublín en diluvio al noreste

cuando las chimeneas son de piedra en Aksaray y la nieve es el lenguaje que acabó con las hogueras la tarde en la que doce hombres pisaron con fuerza la caliza

cuando en Bahtim mis manos dan con el alimento más sabroso y se me agolpan en el cuerpo cunas llorando por el arroz quemado que se perdió como un dios desorientado tras haber hecho de la luz el parto

cuando en Tioman es el océano una pecera y las tortugas se articulan en mi centro y descifro en su armazón la historia y en sus ojos sabios la humildad más virgen

cuando camino por el Greenpoint y me aúnan sus luces como se aúna una madrugada floreciendo desde Queens mientras apenas dos barcos de mercancía rompen el silencio en la mañana

cuando en Assis pienso en la cruz al ver a los suplicantes tendidos frente a la fría piedra como lobos que tuvieran la llaneza que no tengo y que merezco

cuando se me derrama el egoísmo en Bali ante la ofrenda libre a la que la ciudad anima como un baile sin tambor ni ritmo en la plaza más antigua

cuando tuerzo las olas rezando a Valéry y su mar que nunca cesa de empezar en Capbreton cada septiembre esperando mi hermano y sus dunas para acogerme sin tela sobre el tejado donde ardientes explotan a medianoche las estrellas

cuando a 200 metros de la meta Okawango rebasa al tiempo en Tarbes y mi padre llora mientras aprieta contra su cuerpo al hijo volado como un pájaro un abril
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[...]
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cuando es ella la que calma el cristal
cuando es ella la que ahuyenta a la muerte
cuando es ella la razón de todo rostro, de toda distancia, de toda fiebre.


ÁLVARO GUIJARRO GARCÍA
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