martes, 13 de octubre de 2009

CRÓNICAS (3): Crónica del mediocampista elíptico PEDRO MORILLAS

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El día no pudo ser mejor. Hasta el tiempo acompañaba. Era una de esas mañanas de mentira otoñal, más tendentes a la primavera de finales de mayo que al octubre que nos acontece; el rostro rojo del día después da fe de ello. Llegué al evento con puntualidad germánica, tal y como Batania pidió, y no fui el único. Parece que los poetas, seamos obvios o elípticos, sabemos llegar a tiempo cuando nos viene en gana.

La cuesta que conducía al campo de fútbol escogido para el evento bastó para muchos para entrenar antes de emular a modo de estrofas las estrategias sobre el césped, que por cierto, estaba muy cuidado y alejaba el miedo a caer si el ritmo no acompañaba. Antes de salir de casa se me pasó por la cabeza el haberme dibujado media camiseta negra (la mía era blanca porque en un principio me apunté a la lista obvia) pero yo mismo sería incapaz de encajarme en cualquiera de los dos grupos; el poeta neorrabioso pensaba igual; así que, en función de los que vinieron y visto que los de camiseta negra eran menos, ahí entré yo, que me consideraba obviamente elíptico; yo, que en dibujo técnico aprendí a dibujar las elipses más obvias. Más tarde me di cuenta, a pesar del resultado, que no importaba en realidad el equipo del que formaras parte porque todos parecíamos participar del mismo. Al principio hice muy buenas migas con los obvios, entre los que había para mí más caras conocidas, como Verónica Gil y Alberto Yago, ambos del grupo Poekas, como yo. Esto me sirvió para espiar sus tácticas irracionales en el campo de juego y transmitírselas punto por punto y con la mayor complejidad posible a los miembros de mi nueva élite elíptica a la que acabé perteneciendo finalmente. La cosa es que al principio los pesimistas lo hicimos bastante bien, formamos un círculo y con el poco apego que nos caracteriza, nos otorgamos los puestos que íbamos a ocupar. De ese modo y, a los pocos minutos, un pase milagroso de mis torpes pies le colocó el balón a Álvaro Guijarro que le coló todo un verso a un lado de Gsús Bonilla. Los elípticos nos poníamos obviamente por delante de los optimistas pero claro... estos no se vinieron abajo mientras mi equipo se mostraba escéptico a pesar de la minúscula celebración con que adelantamos el marcador.


Se me hizo muy duro el primer tiempo porque quise aguantar hasta el final hasta que un saque de córner que me venía directo para marcar gol me resultó de una gramática espeluznante y pensé que el mejor modo de obviarlo era dándole un panzazo en toda regla; lo que casi me deja sin respiración, y, aunque el mismo Batania me dijo que lo mejor era que me saliera, decidí seguir con la pésima idea de que otro de mis pases fortuitos nos permitiera algún gol más. Diez minutos me faltaron para haber aguantado todo el primer tiempo, entonces salí y contemplé con más aliento el espectáculo. Allí se agolpaban los animadores entre los que destacaba la voz de Iratxe muy descontenta con cualquier decisión que tomara el árbitro. Los obvios se venían poco a poco arriba con sus versos irascibles, apelotonando sus imberbes y claras estrofas siguiendo líneas con precisión derribadas pero consiguiendo que los elípticos se fueran arremolinando en el tormento y la incomprensión. Aún así creo que el primer tiempo terminó con victoria por los pelos de los elípticos.

En el descanso los obvios sacaron de sus neveras sus refrescantes líquidos que no dudaron en compartir con su equipo y con algún camiseta negra rezagado, mientras los elípticos escondíamos nuestros bienes puestos a resguardo y bebíamos a escondidas aquello que nos era imposible compartir pues era nuestro y ese era nuestro espíritu de equipo. La cerveza elíptica que era de mayor graduación que la obvia no ayudó a que los cuerpos y sus versos mantuvieran el negro resultado. Así que, tras los breves minutos que duró el descanso, regresamos al campo sin ninguna colocación, pues de nostalgia nos volvimos obvios y los obvios, que de puro entusiasmo se conformaron elípticos, tenían preparada una excelsa estrategia basada en la pura obviedad del lanzamiento sin sentido del balón a portería por si de pura casualidad un poema les quedaba bien. Y les quedó de perlas, porque al poco de sacar el gran Batania sacudió la pelota con estridente fuerza, viniendo el esférico a parar de nuevo sobre mi hermosa panza que, aunque acicalada para grandes acontecimientos, esculpida a base de obvia grasa, no estaba preparada para tales terremotos. De modo que no duré mucho sobre el campo en esta segunda parte y los elípticos, que empezaron a temer el puro azar de la obviedad se iban viniendo poco a poco abajo hasta que, tan pronto como la ola blanca se puso por delante en el marcador, sacaron sus preciosas plumas que empezaron a hacerle siluetas al resquemor. Y así, finalmente, los optimistas, como estaba pronosticado, ganaron 8-5 a los pesimistas y lo pudieron celebrar con sus bonitas novias que vinieron a acompañarlos. Muchos elípticos, por lo bajo, juramos llamar a alguna ex para enfurecerla la tarde del domingo.

Destacó el juego de Alberto Yago que era la estrella obvia junto con los balonazos del neorrabioso. La espalda de Verónica Gil también hizo sus buenos versos en defensa; pero sobretodo destacó la labor de los porteros, tanto así que algunas veces parecían ser los únicos en juego, aunque al final del partido los elípticos decidimos prescindir del guardameta a sabiendas de que era imposible que unos cuantos chicos que juegan a versar pudieran entendernos. Destacaron muchos más, de hecho, creo que todos destacamos, pero olvidé muchos nombres. Lo que sí recuerdo es un grito femenino que me hizo mucha gracia: ¡Elípticos, dejaros la poesía en casa y jugad al fútbol de una vez! Éste y muchos otros no tuvieron desperdicio, haciendo de la mañana un gran encuentro por lo hilarante y lo poético-deportivo.

Me lo pasé genial, que es lo que importa y lo celebré con los obvios. Al final hasta estorbaban los colores y muchos decidieron quitarse la camiseta. La mía la voy a guardar con mucho cariño aunque me hubiera gustado una blanca y negra a la vez, con esos dibujos estupendos de Chincheta; reconociéndome elíptico y obvio a un tiempo, yo, que siempre me encuentro tan indeciso aunque me salgan bien fáciles las cuentas. Espero de veras que se repitan estos eventos, hay muchos grandes poetas y muchos niños que juegan a la pelota en Madrid.
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